Entrevista a Cristina Gutiérrez Lestón.
Investigadora en el campo de las competencias emocionales aplicadas y creadora del Método La Granja. Conferenciante, formadora de empresas, consultora de organizaciones, divulgadora mediática y escritora de libros y cuentos.
Como personas, recibimos más mensajes que apelan a nuestras emociones que a nuestra racionalidad ¿Somos un blanco fácil para la manipulación emocional?
Sí, por supuesto que somos un blanco fácil, incluso muy fácil. Por un lado, porque como humanos somos vulnerables y, por tanto, es fácil herirnos. Por otro lado, si estamos educados emocionalmente y hemos convertido a nuestras emociones en nuestras inteligentes aliadas, tendremos un montón de recursos para gestionar lo que sentimos, lo que nos pasa o lo que nos hacen. Y será entonces cuando nuestra seguridad y confianza nos convertirá en un blanco mucho más difícil e incómodo para aquel o aquella que quiera aprovecharse.
¿Por qué es tan complicado regular nuestras propias emociones?
Hay diferentes motivos, pero yo destacaría dos:
Primero, porque no nos han enseñado. No podemos gestionar aquello que no conocemos, lo que no sabemos ni qué es ni para qué sirve. Tengamos en cuenta que nuestro sistema emocional es muy potente, para lo bueno y para lo malo. Las emociones tienen la misión de que sobrevivamos como especie, y nos aparta del peligro real, pero también del imaginario. Y justo aquí empiezan muchos de nuestros conflictos y problemas.
El segundo de los motivos que destacaría es que las emociones son pre-conscientes, es decir, pasan antes de que seamos conscientes de que las estamos sintiendo. Eso significa que no podemos evitar sentir miedo, ni rabia, ni tristeza, solo podemos regular ese miedo, esa rabia o esa tristeza que estamos sintiendo. Y la ciencia aplicada que nos enseña esa regulación se llama Educación Emocional.
Nuestro sistema emocional es una verdadera obra maestra, es como tener un Ferrari Roma en la puerta de casa que nos puede llevar a donde queramos (a ese mundo que soñamos, repleto de habilidades sociales, empatía, autoestima, autonomía o regulación emocional). Pero si nadie nos enseñó a conducirlo, a saber cómo funcionan sus ocho marchas y su doble embrague, nos resultará complejo llegar a ese destino deseado. Nuestro sistema emocional tiene una enorme fuerza de tracción, pero muchas veces va solo, sin conductor. Seamos conscientes y no permitamos que emociones negativas como la rabia, el miedo o la desesperanza tomen el volante de nuestra vida.
¿Qué herramientas pueden ayudarnos a mantener el control de nuestras emociones?
Hay cinco competencias que ayudan no solo a controlar lo que sentimos, sino a alcanzar ese bienestar que todos deseamos.
La primera es la consciencia emocional, el darte cuenta de lo que sientes (identificarlo, ponerle nombre). La segunda sería la regulación emocional, es decir, la capacidad de regular lo que sientes de una manera que sea positiva para ti, pero también para las personas que te rodean. La tercera ya es más compleja, se llama autonomía emocional, y se refiere a la capacidad de sentirte bien a pesar de las circunstancias, y tiene que ver con la autoestima, la automotivación o la responsabilidad, entre otras.
La cuarta y muy importante también son las habilidades sociales, que van desde el respeto, la comunicación asertiva, la capacidad para resolver conflictos o saber trabajar en equipo. Y la última serían las competencias para la vida, como pueden ser el saber pedir ayuda o fijar objetivos adaptativos.
Es vital que enseñemos a gestionar las emociones a todas las personas, especialmente a los niños/as y jóvenes, a los que lideran equipos, y a los que cuidan a otras personas (docentes, sanitarios etc.). Solo así podremos sentir ese bienestar tan deseado.
¿Cuándo debe empezar el proceso de educación emocional de una persona? ¿Cómo debería ser una correcta educación emocional?
A partir de un año de edad, nosotros ya la trabajamos y entrenamos. Y para que funcione solo hay un truco, empieza por ti, hazlo tú primero. Quiero decir que es muy difícil que tu enseñes la escucha activa si tu no escuchas, o la comunicación positiva si tu no la utilizas. Primero tú y los demás (hijos e hijas, compañeros/as de trabajo, familiares) lo aprenderán por imitación porque las emociones y las competencias emocionales de las que hemos hablado son contagiosas.
Y una correcta Educación Emocional es cuando te funciona, es decir, cuando te sientes bien, te gustas a ti mismo/a, tienes relaciones saludables, sabes trabajar en equipo, tienes pocos conflictos y cuando los tienes no los escondes, los afrontas desde la calma.
Hay mucha confusión entre lo que es Educación Emocional y lo que no lo es. Aclarar que Educación Emocional no es educar entre algodones, es más bien todo lo contrario. Se trata de descubrir capacidades, saber decir no, tener la fuerza de levantarte cada vez que te caes y sentirte capaz de luchar por tus sueños.
Educación Emocional no es memorizar la teoría, es hacerlo. Es Anna, de 12 años, cuando explicó que “La autoestima es como una botella que hemos de mantener llena para estar bien con nosotros mismos”. Eso es Educación Emocional bien entendida.
La pandemia ha desnudado nuestras carencias y el paisaje que ha mostrado no es muy positivo ¿Qué ha revelado sobre nosotros? ¿Cómo vamos de salud emocional?
La pandemia hizo caer una venda que casi todos llevábamos puesta, la de habernos creído que éramos invulnerables y que podíamos tenerlo todo bajo control. En resumen, que éramos los reyes del mambo, los amos del planeta. Y ni una cosa ni la otra.
Somos vulnerables, cristales rotos que tratan desesperadamente de esconderse tras una dura y reluciente armadura para evitar que nos dañen. Pero nos hieren igual, aunque tengamos nuestra lustrosa armadura bien colocada ¿verdad?
Eso es lo que nos ha revelado la pandemia, y es una buena noticia si aceptamos que simplemente somos eso, humanos. Ni máquinas que pueden trabajar 12 horas seguidas, ni tener las baterías siempre al 100%, ni ser perfectos y hacerlo todo bien.
¿Cómo vamos de salud emocional? Mal, muy mal. La verdad es que casi todos estamos fatal, y casi todos lo disimulamos. Y ese disimular empeora aún más las cosas.
Seamos conscientes de que sin salud emocional no hay salud mental. Confieso que en los 38 años que llevo trabajando en La Granja con personas (niños/as, jóvenes y adultos) nunca me he encontrado tantas carencias emocionales como ahora, (y pasan por aquí 30.000 niños/as cada año y más de 5.000 adultos). Hablo de miedos a casi todo, bajas autoestimas, desilusión, desconfianza e inseguridad y ansiedad y estrés en niños/as a partir de 8 años.
“Yo no soy importante, ni soy amiga mía. No merezco tratarme bien porque no lo valgo” nos dijo Anna de 10 años. Eso es lo que nos estamos encontrando cada día y es absolutamente desolador.
Pero hay soluciones como la Educación Emocional Aplicada. Solo falta que los políticos, el sistema educativo, los medios de comunicación y las organizaciones lo integren y le saquen provecho.
¿Hemos relegado la educación en inteligencia emocional frente a otras capacidades? ¿Por qué?
Porque venimos de un sistema tecnocientífico donde nos enseñaron a creer solo en lo que veíamos y en lo que se podía demostrar. Estamos educados para pensar, no para sentir. Y claro, cuando sentimos, ¡se lía todo! Y ese intento constante y desesperado por controlar lo que sentimos disimulando o tapando, pues no funciona. Dejemos de evitar lo inevitable: ser seres que sentimos siempre.
La Neurociencia ya está mostrando evidencias de la importancia de la gestión emocional para la salud mental, pero también para la salud física. Ha llegado la era de la Educación Emocional, donde radica el bienestar. Y eso, lo van aprovechar empresas, organizaciones, sistemas educativos y gobiernos.